Por un paraje solitario caminaba un día el rey Salomón, cuando encontró un hormiguero.
Al punto, acudieron por miles las hormigas a saludarlo.
Solo una lo ignoró, ocupada en transportar, grano a grano, el enorme montículo de arena
que había ante ella. Mandó llamarla el rey Salomón y le dijo:
<¡ Oh pequeña hormiga, aunque tuvieras la longevidad de Noé y la paciencia de Job,
nunca conseguirías hacer desaparecer esta montaña de arena!>
<¡ Oh gran rey, -respondió la hormiga- no repares en mi tamaño... sino en la intensidad de mi ardor.
Tras ese montículo espera mi amada. Nada podrá impedir que lo desplace. Y si perdiera la vida en mi empeño, al menos moriría en la esperanza de reunirme con ella.>
<Oh rey,
deja que una hormiga te enseñe la fuerza del amor,
deja que un ciego te enseñe el secreto de la visión...>
Ilahí Nameh (El libro divino)
Poeta místico persa (siglos XII-XIII)
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